diarios de parís (i): el rojo, la vida, el color de sylvia plath

                                       

                                  

Hay pequeños rituales que no debieran perderse nunca. Alex Chico siempre dice que acaso las pequeñas cosas (y cuando dice eso yo imagino los pequeños rituales, los pequeños gestos, las pequeñas conincidencias o incluso las amistades pequeñas y efímeras) son las únicas cosas que valen la pena. Yo asiento en silencio y sonrío por dentro. Por eso, cuando voy a París me gusta acercarme a la librería Shakespeare and Co. que tan bien retrata Jordi Carrión en Librerías. Me gusta perderme entre sus salas, rebuscar entre los libros amontonados, hablar con extraños. Nunca me he ido sin un libro debajo del brazo. 

Hoy he comprado el libro que ha editado Frieda Hughes, la hija de Sylvia Path y Ted Hughes, cincuenta años después de su muerte. Al morir Sylvia, Ted reorganizó el libro que había escrito su mujer, cambiando el orden e incluso descartando alguno de los poemas que Sylvia consideraba parte del libro con la polémica intención de mejorar el poemario, llegando incluso a cambiar el título. El libro que Sylvia había decidido titular "Daddy" se convirtió, después de su muerte, en "Ariel". La disposición de Ted, que prescindió de algunos de los poemas que Sylvia había querido incluir en el libro y añadió varios poemas escritos durante sus últimas semanas de vida, contribuyeron a hacer del último poemario de Sylvia Plath una especie de legado de sus días más enfermos, sus momentos más angustiosos antes de quitarse la vida. Como si para entender su historia bastara con leer "Daddy" y "Lady Lazarus".

Así, muchos de nosotros hemos crecido con la idea de un libro que no se corresponde con el de la autora, sino con el de su marido, del que se estaba separando en ese momento y que intervino en el poemario con lo que el afirmaban ser las mejores intenciones, quién sabe si las mismas con las que intervino sus diarios, cuyos dos últimos años se encargó de destruir y que, para nosotros, se han perdido para siempre. 

La realidad es que nada de eso importa ahora. Ni para ella ni para nosotros. Estoy en París, la tengo entre las manos y estoy tumbada en una cama roja. Pienso leerla como ella quería que la leyesen. Porque Londres queda muy lejos ahora. Porque el rojo era su color favorito. Porque la tengo entre mis manos, y estoy en París, y nada de lo otro importa ahora. 


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